Lo que pudo ser y no fue
No voy a decir nombre. Sabes perfectamente que me refiero a ti. Aunque probablemente nunca leas esto. Ni yo soy lo suficientemente valiente ni tú tendrás interés. Esto es como una carta sin destinatario.
Hemos dejado que dos años y 50 kilómetros nos conviertan en auténticos desconocidos. Hemos dejado que un abismo nos desconecte de esos momentos que ahora sólo viven en nuestra mente. Ahora nos limitamos a vivir de recuerdos que reproducimos como cortometrajes, y para serte sincera, no niego que me gustaría poder editar alguna que otra situación. Como la última vez que nos vimos, inconscientes de saberlo.
Aquel día fue la única oportunidad que tuvimos de arriesgarnos y tirarlo todo por la ventana, y cuando digo todo me refiero a todo, no solo a la última calada del cigarro que podría haber sido el único testigo.
Solo nosotros fuimos los cómplices perfectos esa noche. Hablando en el lenguaje de las miradas nadie más supo que allí había más intenciones de las que en un principio se podía imaginar. Pero supongo que algo nos frenó.
Acabé durmiendo en tu cama pero no contigo y esa fue la forma más cercana de llegar al paraíso pero con la tortura a cuestas. Una de cal y otra de arena, o eso dicen.
Ahora solo nos quedan un par de fotos y vídeos como pruebas de cuando nos bañamos en litros de alcohol destilado. Cada pregunta no formulada fue amontonándose al fondo creando así una montaña cada vez mayor. Y aquí sigo. Con mi montaña. Con mis dudas a cuestas un día más porque no tendría sentido resolverlas ya. O eso creo espero.
Quizá algún día me atreva a enviarte esto. Quizá tú cierres los ojos y te pares a recordar cada segundo, a plantearte cuestiones sin sentido que buscan una respuesta. O quizá algún día acabemos recordando cómo dejamos que la vida nos separara tomando unas cañas y escuchando rueda, rueda, nuestra canción.