El desenlace de mi cuento favorito
Solía pensar que éramos invencibles, y, de hecho, lo fuimos. Caí hipnotizada frente al brillo de tus ojos color otoño como a mí me gustaba llamarlos; y es que vaya veneno me inyectabas cada vez que se posaban sobre los míos. Me gustaba tanto estar entre tus brazos e imaginar que tú eras las alas que tanto necesitaba que hasta vendí las mías al diablo. Me volví adicta al ruido que provocaba tu risa hasta el punto de necesitar una dosis diaria. O moriría.
Hacía tiempo que no te escribía. Antes solía hacerlo, ¿recuerdas? Tal vez tú me quitaste las ganas. Me di cuenta de que no nos unía nada, nada salvo los recuerdos. Pero cuidado, porque algunos se clavan tanto que parecen espinas, y no te imaginas lo que duele arrancarlos sin que sangre el corazón.
Sé que de alguna manera fue lo correcto. Ahora lo sé. Porque cuando una sonrisa nace en mí, agradezco esas palabras de despedida que soltamos al aire y recuerdo que en mi vida tú no tienes hueco. Ya no.